En España ser autónomo es como apuntarse a una maratón… pero sin meta. Según la Encuesta de Población Activa, los trabajadores por cuenta propia curramos una media de 43 horas semanales, unas ocho o diez más que los asalariados. Vamos, que cada semana regalamos un día extra de trabajo al calendario. Y si tienes empleados, sube la apuesta: 46 horas.
Pero ojo, que el Estudio Nacional del Autónomo (ENA, 2024) es todavía más claro: el 45% de nosotros reconoce que se mete entre pecho y espalda 10 horas diarias. Y un 22,4% directamente se pasa de largo. ¿Quién necesita Netflix si tienes facturas por clasificar a las once de la noche?
El chiste malo: vacaciones
Aquí viene la otra parte bonita: la mitad de los autónomos asegura que no disfruta de más de 20 días de vacaciones al año… y muchos los pasan contestando correos desde la tumbona. Porque sí, el concepto de “desconexión” en nuestro diccionario se quedó en fase beta.
Y si no, que me lo digan a mí: aquí estoy yo, supuestamente de vacaciones, pero salieron estos datos y no he podido resistirme a contarlo casi en primera persona. Porque cuando eres autónoma, ni en vacaciones se apaga la cabeza.
Más horas, ¿más dinero?
Spoiler: no. Los ingresos no siempre van de la mano con las horas. Trabajamos más, facturamos (a veces) lo mismo, y las cuotas y gastos llegan puntuales como un reloj suizo. Eurostat calcula que los autónomos españoles echamos unas 47 horas semanales, lo que al año supone 36 días más de trabajo que los asalariados. Y yo me pregunto: ¿dónde está ese mes extra en mi cuenta corriente?
Y encima, Hacienda
Porque no solo curras más, también pagas más. El IVA trimestral, la cuota mensual, el IRPF… esa sensación de que trabajas para ti, pero en realidad eres socio de Hacienda al 50%. Aunque, eso sí, Hacienda no pone ni el café, ni paga las horas extra, ni te ayuda con el papeleo. Eso corre de tu cuenta.
Conclusión (de las que duelen)
Ser autónomo es ser comercial, gestor, contable y psicólogo (de uno mismo) en el mismo pack. Es trabajar mientras otros descansan y descansar pensando en el trabajo. Es, en definitiva, vivir con una agenda llena, una hucha medio vacía y la sombra de Hacienda mirando desde la grada.
La buena noticia: seguimos siendo el motor de este país. La mala: todavía nadie nos ha dado las instrucciones para no gripar en el camino.